
Te observé a lo lejos llorando en un portal. La gente te miraba con curiosidad pero con la suficiente distancia para no comprometerse a una mirada tuya que respondiese a las suyas.
Me parecieron extrañas tus lágrimas, incluso increíbles. Una preciosa tarde de otoño. Más que tarde, ya una noche; con frío, eso sí, pero un frío de los que te gustan sentir. Castañas asadas por las calles. Olor a incienso. Luces.
Y yo llorando de nuevo, por no sentir esa valentía del principio. Por miedo a recaer. Observándome llorar a lo lejos. No a tí, sino a mí.
Es extraña y dura esa sensación de sentirse sola cuando tu mente te hace sentirte así. Aún así, adoro la vuelta a la realidad y ver que la soledad es algo que pocas veces aparece (especialmente si estás tú). Gracias por hacerme poner los pies en el suelo las tardes domingueras de tristeza.
(Tanto la fotografía como el texto son originales y tienen derechos de autor su utilización sin consentimiento y sin nombrar a la autora suponen una demanda inmediata)